Paradigmas Estéticos

on 7/12/09

¿Qué es el pintoresquismo?
Un cambio de paradigmas que modificó la forma de ver el mundo.

De acuerdo a varios autores, es la “manera de pintar del autor”. El origen es italiano, la palabra original es pittoresco. El concepto cambió un poco al ser introducido en la cultura inglesa, en 1703, el “Oxford English Dictionary” definió en sus páginas la palabra picturesque como “a la manera de una pintura, que se ajusta a una pintura”. William Gilpin redefinió y amplió el concepto en un ensayo acerca de las Impresiones al decir que es “…un término expresivo de ese peculiar tipo de belleza, el cual va de acuerdo a una pintura”. Sin embargo, eso representa un laberinto de pasiones, puntos de vista y modos de ver la realidad como se supone que debería ser, aunque la verdadera “realidad” no sea como la pintan. Pasado un tiempo de maduración, se convirtió en una manera de atraer a la gente de dinero para ver un espectáculo que necesitaba verse de acuerdo a una forma de viajar, un género de volverse erudito fuera de las aulas, cosmopolita y aceptable por la realeza. En este momento de la historia, el reino de un grupo de gente en el poder era una clase aparte, eran el tipo de personas que supuestamente sabían y conocían los tesoros culturales del mundo.

Y si esas personas no sabían del mundo, entonces debían conocerlo a través de un viaje de conocimiento del acervo cultural socialmente aceptado para aquél mundo restringido a una Europa generadora de erudición y caudal de conocimientos varios.

Esa era la razón de ser de una ruta llamada “Grand Tour” (Gran Viaje o Gran Ruta), un trayecto de vistas citadinas panorámicas, estéticas, memorables y de esculturales sitios de especial atracción por ser lugares que generaban una realidad que, en cierta forma, se veía aburrida y ritualmente cotidiana por creer en los rígidos cánones establecidos gracias a la sociedad elitista de la época, que en gran manera era arrogante y segregacionista.

La corriente artística del pintoresquismo dictó dos vertientes que cambiaron la manera de ver al mundo, una era la forma de representar vistosa y espectacularmente un entorno, que de otra forma se vería simple y nada atractivo, de un lugar deliciosamente bello, apartado y esencialmente aburrido para una persona común, campirana y activa, por encarnar un rincón del pensamiento nostálgico, apartado de la gente que, se creía egoístamente, era no pensante o inferior. Un retiro escondido con piezas arquitectónicas generalmente en ruinas o deshabitadas, que era atractivo por el bello olvido, o por otra parte, fieramente resguardada para una admiración secreta por el ser ordenado y citadino. Un sitio especial al cual querían escapar esas personas que estaban atrapadas en la sociedad rígida y poco sociable de la época “Victoriana”, aunque la gente elitista de su momento se creía social y unida.

Y otra vertiente era la forma de describir un lugar de forma especial y elaboradamente detallada, que de otra manera sería común y simple. Donde lo “simple” representaba el olvido a la gente que no estaba cultivada lo suficientemente como para compartir una experiencia “sublime”. Eso era la meta límite de la experiencia del placer, que en teorías se explicaba desde la época Barroca, la diferencia entre placentero, bello (o hermoso) y lo sublime. Lo hermoso era simple y llano, suave y con una relativa atraccción para una sociedad que se había acostumbrado a los excesos, lo sublime era algo mucho más allá, se ubicaba en la frontera de lo que tenía el poder de asustar por superar las barreras sensoriales y estéticas de los humanos normales. La idea de ésta vertiente era crear una fantasía en papel para superar el rigor de las abundantes y elaboradas expresiones arquitectónicas de la época barroca. La cual había llevado los límites del ornamento a un extremo que resultó tedioso y exacerbadamente mecánico. Un dibujo o pintura de aquélla época barroca, representaba contrastes profusos de luz y sombra, con los obligados ornamentos de las construcciones o las vestimentas. Para finales de esa época, la gente empezaba a tener otros ideales. Se empezaba a gestar la corriente romántica.

La base del pintoresquismo era lo bello y lo sublime, aunque se debiera cambiar la realidad para ajustarla lo que se necesitaba ver en papel. Con algo más de tiempo, se convirtió en el romanticismo.

A partir de mediados del siglo XVIII, la idea de los paseos de disfrute escénico por el puro gusto del placer empezó a apoderarse de la clase acomodada inglesa. Gilpin se entregó a la tarea de retar la ideología asentada del conocido Grand Tour, mostrando cómo la exploración de la Bretaña rural podría competir con las clásicas giras orientadas a lo largo de la Europa Continental. La invitación era para visitar las ruinas irregulares anticlásicas, incluso la depauperada gente que habitaba los alrededores. Era un rompimiento con las reglas aceptadas tácitamente para cultivarse. La sugerencia era ver esa gente de lejos, a una distancia segura. Esos rincones “hechizados” se convirtieron en temas visuales muy buscados. Para sentirse en el ambiente correcto, la gente se llevaba consigo espejos entintados cuyo reflejo oscurecía la escena, además de darle el encuadre ya descrito en la guía “pintoresca”. La asociación de pintoresco la hizo Gilpin sobre el trabajo de Claude Lorrain, pintor paisajista cuyo trabajo se podía considerar sinónimo con lo pintoresco, eso se debía imitar, en palabras del autor inglés. Los turistas de élite eran considerados como cazadores de grandes presas, los cuales presumían de sus capturas salvajes, fijándolas en trofeos pictóricos para luego venderlos o colgarlos en sus estudios privados. El mismo Gilpin exclamó “¿podremos considerarlo como un placer mayor al que obtiene el [cazador] deportista al perseguir un animal trivial por el que adquiere un hombre de gusto al perseguir las bellezas de la naturaleza?”. Para el año 1815, después de la guerra, Europa ya estaba otra vez al alcance de la gente que buscaba bellezas sublimes y se abrieron nuevos campos en Italia para los cazadores del pintoresquismo. Ya no era la erudición de conocer grandes edificios importantes, era el placer de observar las bellezas naturales y vivir lo pintoresco, no solo hablar de él.

Los adinerados turistas pintorescos fueron alentados a reformar sus casas de campo para darles categoría de paisajes. Muchos propietarios rediseñaron sus jardines con líneas de vista irregulares, adornándolos con ruinas prefabricadas de estructuras clásicas. Los ordenados jardines de origen clásico o barroco se volvieron paisajes prefabricados de estilo natural. Con eso realmente se dio paso al estilo romántico. Hubo arquitectos que se dedicaron a rediseñar los jardines, les llamaron paisajistas.

1 comentarios:

Octavio Mercado dijo...

El trabajo suena interesante, me parece que habría que encuadrarlo en el marco del momento de conformación del campo artístico autónomo (la idea de los viajes estéticos es, en cierta manera, uno de los antecedentes de mayor importancia para la construcción de la moderna esfera de las artes, al valorar la contemplación de los objetos a partir de su calidad cultural), en ese sentido, únicamente me parece que habría que tener cuidado en separar la contemplación del paisaje de la contemplación de la ruina pues las implicaciones son totalmente distintas. Es posible que la manera en que se trabaja alrededor del jardín, reconfigurando el paisaje, sea una manera más de marcar la importancia de la esfera cultural por encima de la natural.

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